Creo que todos tenemos un rincón en el mundo con el que soñamos. Mayoritariamente, será un lugar diferente al que nos ha venido impuesto por nacimiento, trabajo o tantas otras causas individuales.
El lugar al que me refiero, es aquel que tiene un poder que nos atrae, que nos ha escogido a nosotros y no viceversa.
Siempre he sabido que mi lugar estaba cerca de las montañas y no me equivocaba.
Ahora, sé con seguridad que las cosas no pasan por casualidad, que todo tiene un por qué.
La semana pasada encontré mi rincón en el mundo. El destino, con cierta reticencia por mi parte, me llevó a redescubrir Suiza y allí conocí un precioso lugar llamado Lucerna, que sin apenas darme cuenta me cautivó desde el primer momento. Casi podría hablar de un amor a primera vista.
No puedo desmerecer el resto del país, la increíble y adorable Grindelwald (en la que compré un hada de las que soy tan aficionada y bauticé con este nombre para no olvidarlo nunca), Schaffhausen, con las Rheinfall, la bávara Lindau, a orillas del lago Bodensen, la lujosa Gstaad, Interlaken, el majestuoso Jungfrau o el místico Pilatos, sin olvidar las importantes Zürich, Berna y Laussan, entre otras.
Gran parte de la culpa de que el viaje haya sido fantástico la tiene como no podía ser de otra manera, el guía, Antonio, un castellano de Valencia (por el empeño de las inimitables Lola y Estrellita). Con su gran conocimiento del país, su sentido del humor especial, apto solo para unos pocos, su sensibilidad mostrada ante la magnificencia del paisaje y otros detalles, nos han hecho disfrutar cada día de este bello país, introduciéndonos en su cultura de una manera más que natural y con muy buen criterio nos ha mostrado lo mejor de cada sitio.
Por eso, es de justicia agradecerle su profesionalidad y su decisión. Estoy completamente segura de que, de no haber sido él el guía, en muchas situaciones en las que nos hemos encontrado habríamos dado con nuestros huesos en el hotel muchísimo antes de la hora de la cena en lugar de la media hora escasita que teníamos para una ducha rapidísima antes de cenar. Por todo eso, gracias, ha sido una suerte contar contigo como introductor del país.
Me quedan magníficos recuerdos del viaje, que tantos buenos momentos ha provocado, teniendo muchos de ellos como protagonistas a la siempre seria Lola, a la terremoto Estrella y a la adorable Matilde a la que prometí mantener el contacto y lo haré, sin ninguna duda. Han protagonizado anécdotas divertidísimas como fastidiar una foto a un grupo de turistas japoneses o confundir el sobre de objetos a declarar con el sobre de los billetes del viaje, mientras Antonio explicaba que hacer en una determinada situación. Anécdotas que siempre van a provocar una risa cuando sean recordadas. No puedo olvidarme de Mauro, el conductor, que desde el primer momento mostró una habilidad sobrenatural con el volante.
No me avergüenza decir que en más de una ocasión, ante la contemplación de algunos paisajes, al venirme a la mente muchas cosas, se me saltaron las lágrimas, la suerte de ir en primera fila hizo que fueran momentos íntimos sólo compartidos por las personas sentadas a mi lado. Hay quien se emociona ante un famoso y yo me emociono por la grandeza de la naturaleza. Soy así.
El viaje también ha conseguido que en algunos momentos, mi mente se quedara totalmente en blanco, recibiendo únicamente las imágenes que entraban por la vista y el silencio del paisaje que llenaba los oídos. Algo que mi cerebro andaba buscando desde hacía tiempo.
Ahora, al regresar a España, las comparaciones son odiosas pero en este caso inevitables y siento más indignación y rabia que nunca por como nos funcionan, medioambiental y cívicamente hablando, las cosas aquí. Los Suizos están a años luz de nosotros en cuestión de civismo, educación y sobretodo medioambiente.
¿Qué tienen ellos de diferente? La respuesta es fácil, unos líderes políticos que, desde hace muchos años, han aplicado las leyes y las ordenanzas sin temor a la pérdida de votos o el coste político que algunas decisiones pudieran suponer. Por que creen en el respeto por la naturaleza, no como una locura sino como algo necesario para la subsistencia del planeta. No es una situación que se haya dado de la noche a la mañana, viene del trabajo de muchos años pero pasito a pasito se ha conseguido. Aquí en España, en vez de dar pasitos para adelante, vamos retrocediendo, convirtiendo nuestro entorno en algo que ni nos va ni nos viene. ¿A alguien en España se le ocurriría sentarse en una cafetería en la Rambla de cualquier ciudad a tomar un café dejando el bolso en el suelo detrás de la silla? En Suiza lo hacen. ¿Cuánta gente estaría dispuesta en votar a favor de un incremento sustancial en el precio de las matrículas de las universidades en beneficio de los estudiantes? En Suiza votaron, sí, claro que su sistema educativo es muchísimo más avanzado que el nuestro. Se ven jardineras repletas de flores en todos los rincones imaginables e inimaginables. A modo de dato en Ginebra, capital internacional de Suiza, hay más de dos árboles por cada habitante. En todas las ciudades los carriles bici son casi de obligada existencia y nosotros no somos ni siquiera capaces de hacer uno en nuestra población. A nosotros nos resulta difícil depositar el cristal en el contenedor verde, ellos separan el cristal blanco del de color...
Estos, y muchos otros ejemplos que podría estar nombrando sin parar, son los que hacen que un país como Suiza sea necesario para la Tierra. Son auténticos guerreros del arco iris, con sus defectos pero con esas grandes virtudes que tan bien les caracterizan. Un país donde los que nos sentimos preocupados por el medio ambiente podemos expresar nuestras ideas sin que se nos mire como a locos que no tienen otra cosa que hacer, entonces allí todos están locos.
Solo hace falta un poco de voluntad, si es política mejor, para conseguir el éxito. Ahora, falta que nuestros gobernantes se lo crean y como una imagen vale más que mil palabras, a modo de ejemplo acompañan este escrito algunas imágenes. La última corresponde a la entrada de Barcelona, pero bien podría tratarse de la entrada a nuestro pequeño pueblo de la Llagosta, en el que en sus escasos 3 km2 ni siquiera somos capaces de tener unas rotondas en condiciones.
El lugar al que me refiero, es aquel que tiene un poder que nos atrae, que nos ha escogido a nosotros y no viceversa.
Siempre he sabido que mi lugar estaba cerca de las montañas y no me equivocaba.
Ahora, sé con seguridad que las cosas no pasan por casualidad, que todo tiene un por qué.
La semana pasada encontré mi rincón en el mundo. El destino, con cierta reticencia por mi parte, me llevó a redescubrir Suiza y allí conocí un precioso lugar llamado Lucerna, que sin apenas darme cuenta me cautivó desde el primer momento. Casi podría hablar de un amor a primera vista.
No puedo desmerecer el resto del país, la increíble y adorable Grindelwald (en la que compré un hada de las que soy tan aficionada y bauticé con este nombre para no olvidarlo nunca), Schaffhausen, con las Rheinfall, la bávara Lindau, a orillas del lago Bodensen, la lujosa Gstaad, Interlaken, el majestuoso Jungfrau o el místico Pilatos, sin olvidar las importantes Zürich, Berna y Laussan, entre otras.
Gran parte de la culpa de que el viaje haya sido fantástico la tiene como no podía ser de otra manera, el guía, Antonio, un castellano de Valencia (por el empeño de las inimitables Lola y Estrellita). Con su gran conocimiento del país, su sentido del humor especial, apto solo para unos pocos, su sensibilidad mostrada ante la magnificencia del paisaje y otros detalles, nos han hecho disfrutar cada día de este bello país, introduciéndonos en su cultura de una manera más que natural y con muy buen criterio nos ha mostrado lo mejor de cada sitio.
Por eso, es de justicia agradecerle su profesionalidad y su decisión. Estoy completamente segura de que, de no haber sido él el guía, en muchas situaciones en las que nos hemos encontrado habríamos dado con nuestros huesos en el hotel muchísimo antes de la hora de la cena en lugar de la media hora escasita que teníamos para una ducha rapidísima antes de cenar. Por todo eso, gracias, ha sido una suerte contar contigo como introductor del país.
Me quedan magníficos recuerdos del viaje, que tantos buenos momentos ha provocado, teniendo muchos de ellos como protagonistas a la siempre seria Lola, a la terremoto Estrella y a la adorable Matilde a la que prometí mantener el contacto y lo haré, sin ninguna duda. Han protagonizado anécdotas divertidísimas como fastidiar una foto a un grupo de turistas japoneses o confundir el sobre de objetos a declarar con el sobre de los billetes del viaje, mientras Antonio explicaba que hacer en una determinada situación. Anécdotas que siempre van a provocar una risa cuando sean recordadas. No puedo olvidarme de Mauro, el conductor, que desde el primer momento mostró una habilidad sobrenatural con el volante.
No me avergüenza decir que en más de una ocasión, ante la contemplación de algunos paisajes, al venirme a la mente muchas cosas, se me saltaron las lágrimas, la suerte de ir en primera fila hizo que fueran momentos íntimos sólo compartidos por las personas sentadas a mi lado. Hay quien se emociona ante un famoso y yo me emociono por la grandeza de la naturaleza. Soy así.
El viaje también ha conseguido que en algunos momentos, mi mente se quedara totalmente en blanco, recibiendo únicamente las imágenes que entraban por la vista y el silencio del paisaje que llenaba los oídos. Algo que mi cerebro andaba buscando desde hacía tiempo.
Ahora, al regresar a España, las comparaciones son odiosas pero en este caso inevitables y siento más indignación y rabia que nunca por como nos funcionan, medioambiental y cívicamente hablando, las cosas aquí. Los Suizos están a años luz de nosotros en cuestión de civismo, educación y sobretodo medioambiente.
¿Qué tienen ellos de diferente? La respuesta es fácil, unos líderes políticos que, desde hace muchos años, han aplicado las leyes y las ordenanzas sin temor a la pérdida de votos o el coste político que algunas decisiones pudieran suponer. Por que creen en el respeto por la naturaleza, no como una locura sino como algo necesario para la subsistencia del planeta. No es una situación que se haya dado de la noche a la mañana, viene del trabajo de muchos años pero pasito a pasito se ha conseguido. Aquí en España, en vez de dar pasitos para adelante, vamos retrocediendo, convirtiendo nuestro entorno en algo que ni nos va ni nos viene. ¿A alguien en España se le ocurriría sentarse en una cafetería en la Rambla de cualquier ciudad a tomar un café dejando el bolso en el suelo detrás de la silla? En Suiza lo hacen. ¿Cuánta gente estaría dispuesta en votar a favor de un incremento sustancial en el precio de las matrículas de las universidades en beneficio de los estudiantes? En Suiza votaron, sí, claro que su sistema educativo es muchísimo más avanzado que el nuestro. Se ven jardineras repletas de flores en todos los rincones imaginables e inimaginables. A modo de dato en Ginebra, capital internacional de Suiza, hay más de dos árboles por cada habitante. En todas las ciudades los carriles bici son casi de obligada existencia y nosotros no somos ni siquiera capaces de hacer uno en nuestra población. A nosotros nos resulta difícil depositar el cristal en el contenedor verde, ellos separan el cristal blanco del de color...
Estos, y muchos otros ejemplos que podría estar nombrando sin parar, son los que hacen que un país como Suiza sea necesario para la Tierra. Son auténticos guerreros del arco iris, con sus defectos pero con esas grandes virtudes que tan bien les caracterizan. Un país donde los que nos sentimos preocupados por el medio ambiente podemos expresar nuestras ideas sin que se nos mire como a locos que no tienen otra cosa que hacer, entonces allí todos están locos.
Solo hace falta un poco de voluntad, si es política mejor, para conseguir el éxito. Ahora, falta que nuestros gobernantes se lo crean y como una imagen vale más que mil palabras, a modo de ejemplo acompañan este escrito algunas imágenes. La última corresponde a la entrada de Barcelona, pero bien podría tratarse de la entrada a nuestro pequeño pueblo de la Llagosta, en el que en sus escasos 3 km2 ni siquiera somos capaces de tener unas rotondas en condiciones.
Si alguien no puede evitar sentirse indignado ante tales ejemplos, bienvenido al club. Todo granito de inconformismo ante lo que tenemos es bien recibido y sirve para luchar y no perder la esperanza de que podemos mejorar.
Mientras seguiré soñando con Lucerna y agradeciendo a todos lo que han hecho posible que este viaje se haya convertido en un oasis de esperanza.
Mientras seguiré soñando con Lucerna y agradeciendo a todos lo que han hecho posible que este viaje se haya convertido en un oasis de esperanza.