Hace ya unos días, concretamente 7, terminó el estado de alarma que nos ha tenido, primero confinados sin poder salir de casa, luego con movilidad reducida y poco a poco volviendo a la actividad nromal.
Una normalidad que me ha permitido por ejemplo volver a reencontrarme con mis padres, retomar algunas clases, ver a algunos amigos y hacer en definitiva lo que más me gusta: vivir momentos.
Echo la vista atrás y me parece haber estado en un sueño. Un mal sueño que ha grabado en mi memoria imágenes que nunca podré olvidar: aquellas del principio con la gente vaciando los supermercados. De los días en los que casi que había que salir a la calle con el DNI entre los dientes. De las calles vacías. De las tiendas con las persianas abajo. De los cines, los teatros, cerrados. De las personas muriendo por centenares. Imágenes que aún no han cesado de personas en largas colas en busca de alimento,....Pero también ha dejado otras impresiones que no podré olvidar y que, increíblemente, añoro (algo bueno tenía que tener): sensaciones, olores, silencios a veces, sonidos otras... Lo peor es que todo eso sigue ahí, siempre ha estado ahí, pero la rutina lo solapa. Una pena. A pesar de todo, me siento afortunada por muchos motivos. Afortunada por haber estado con las personas que más quiero. Por haber compartido todas las horas del día con mi compañero de vida y no terminar saturados, sino todo lo contrario. Por sentirme orgullosa de él. Por añorarle a cada minuto que ahora no estamos juntos. Por haber descubierto otra forma de ver la vida. Por haber sido capaz de hacer otro punto de inflexión. El segundo en mi vida después de hiciera el primero al regreso de mi primer viaje a los campamentos de refugiados saharauis. Y es para mejor. No tengo dudas. He aprendido a marcar mucha más distancia entre lo que me importa y lo que no. Y a que esto último me importe mucho menos.
Y hoy hablo de normalidad. Ya he perdido la esperanza de que una nueva sea posible. Hemos estado confinados haciendo cada uno lo que ha querido pero la mayoría ha vuelto a hacer exactamente lo mismo que hacía antes. No ha servido de nada este tiempo de reflexión. Pullitas, postureos, likes, follows, aparentar ser lo que no se es, la paja en el ojo ajeno,... son cosas que no se ha llevado la pandemia.
Ayer vi horrorizada unas imágenes en el telediario que aún me tienen la cabeza del revés. Una señora en Estados Unidos se acerca quitándose la mascarilla al carrito de un bebé de origen hispano y le tose encima....se puede ser peor persona? Es esa una persona equilibrada? Qué le pasa a una persona por la cabeza para hacer algo tan espantoso?
Veo esto y mi cabeza no para de darle vueltas. Deseo de verdad, no tener que volver a vivir lo mismo. Me gusta pensar que todos somos responsables (aunque el día a día me demuestre lo contrario). Que lo peor ya ha pasado. Que vamos a vivir nuestras vidas como queramos, mejor, peor o igual que antes.
Y esto último me viene de perlas para cerrar el escrito de hoy justo en el día de hoy. En el día del orgullo gay. En el día en el que me gusta pensar que se se celebra algo más que la libertad para amar a quien se quiera (como si ello por si sólo ya no fuera suficiente), sino también la libertad para ser lo que se quiera ser, como se quiera ser, sin ser juzgado por nadie. Sin que nadie tenga que dar lecciones de nada. Sin discusiones. Sobretodo, sin etiquetas (hace ya tiempo que me pierdo en las terminologías de algunos debates, sobretodo en twitter (?), y en la necesidad constante de buscar teorías y ponerle nombre a cualquier "tendencia" para separar y clasificar...qué manía!!). Así que me permito aconsejar a todo el mundo que ame a quien quiera, que sea como quiera y que viva la vida como quiera. No seré yo quien me atreva a juzgar a nadie por intentar ser feliz. Para jodérnosla ya están los virus y las putas enfermedades.