Un ruido ya familiar me saca del sueño. Abro los ojos y al mirar por la ventanilla me dan los buenos días las cumbres blancas de Sierra Nevada. Una visión espectacular que me recuerda que la Naturaleza siempre será más poderosa que el ser humano. Los rayos del sol matutino se reflejan en la nieve, haciendo que el día parezca más luminoso de lo que realmente es.
Ahora lo recuerdo. Me quedé dormida nada más despegar de Barcelona. El vuelo ha sido fantástico y he podido aprovechar para reponerme un poco del madrugón.
El aterrizaje sigue la misma buena tónica que el resto del vuelo. Llegamos al aeropuerto de Granada 10 minutos antes de lo previsto.
Allí nos están esperando. Primera parada, Fuentevaqueros. Después de visitar a la familia, un paseo por las calles del pueblo. Allí todo huele a Lorca. Se respira su poesía en cada calle, en cada parque, en cada plaza, en cada tienda. Delante del Ayuntamiento una imagen grandiosa del poeta nos lo muestra sentado con semblante pensativo. Desde lo alto vigila a todos sus vecinos y les recuerda que él siempre se sintió orgulloso de ser granadino, de Fuentevaqueros.
Partimos hacia la capital. Cada vez que vuelvo a Granada la encuentro más bella. Esa belleza serena de una ciudad que ha sabido evolucionar con el tiempo sin olvidar su historia, respetando sus monumentos y su casco antiguo. Esa ciudad que sabe explotar perfectamente su potencial turístico y lo hace recibiendo al visitante con los brazos abiertos.
En las calles ya se siente el ambiente de la Semana Santa. En el Ayuntamiento ya están colocados los palcos por donde desfilarán las procesiones.
Pasear por sus calles es una delicia. Fuentes con grandes caños de agua y flores, muchas flores por todas partes. Me sorprende ver que como árbol ornamental, han escogido el naranjo, haciendo cierto que Andalucía huele a azahar.
Sentados en una plaza del casco antiguo, del barrio de mi familia, revivo las historias que tantas y tantas veces he oído contar a mis abuelos. Yo nunca he vivido allí pero tengo la sensación de conocer cada piedra que piso.
Alzando la vista es fácil imaginar la majestuosidad de la Alhambra allí arriba, dominando la vista de la ciudad. Símbolo vivo de lo que un día esa ciudad fue y que aún todavía es.
Invito a todo aquel que no conozca Granada a pasear por sus calles, a cenar en la plaza Birrambla, a pasear por la Alcaicería, a revivir las mil y una noches por los patios de la Alhambra, a disfrutar paseando por el parque de Lorca con miles y miles de rosales plantados y donde se encuentra la huerta de San Vicente, tristemente famosa. A relajarse con el ruido del agua de las fuentes de los Jardines del Triunfo y a disfrutar de sus colores por la noche. A pasear por el Salón y es de obligado cumplimiento asistir a la puesta de sol desde el balcón de San Nicolás, definido por muchos como el atardecer más bello del mundo. En definitiva a disfrutar de la historia y a dejarse enamorar de su gente. Siempre, en cualquier rincón hay alguien dispuesto a explicar la historia de su ciudad.
Un sábado en Granada. Un sábado especial.
Concluyo con una frase que se puede leer en unas piezas de cerámica en el mirador del jardín de los Adarves junto a la famosa Torre de la Vela en la Alhambra. Es posible que no existan unos versos que puedan describir mejor la belleza de esta ciudad:
“Dale limosna mujer, que no hay en la vida nada, como la pena de ser ciego en Granada”.
es muy bello la verdad que tiene muchos sentimiento me gusta muchos
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