Llevo días planteándome una cuestión a la que será difícil encontrar una respuesta. ¿Qué le está pasando a la humanidad en general? Hay mentira, crispación, hipocresía, mala educación... y a todo ello se le suma el cada vez menos valor de decir las cosas por su nombre. De hablarnos a la cara. Incluso nos discutimos por whatssap o peor aún por las redes sociales.
Y es que hemos perdido esa sana costumbre de mirarnos a los ojos. O quizá no lo hacemos a posta para no enfrentarnos con una realidad que nos nos va a gustar.
Hemos crecido en el derecho de decir lo que
queramos, cuando y como queramos pero hemos perdido en la obligación de
escuchar a los demás.
La televisión no ayuda demasiado, y demasiado es
decir mucho. Corrupción, guerras, injusticias, están a la orden del día y las
miramos impasibles....aunque quizá impasibles tampoco sea correcto. Cuando tomamos
una postura, vamos a por ella a muerte. ¿Qué salen políticos corruptos? Pues
todos los políticos son corruptos y eso se defiende a muerte. Aquello de que no
hay que generalizar es cosa del pasado. Generalizamos y además con argumentos,
sin importar que tengan o no sustento o que se nos acaben de ocurrir.
Y me resulta muy difícil entender esa facilidad
para opinar, saber y condenar cualquier cosa sin levantar la vista del
ordenador. Debe ser otra forma de concebir la vida que no me da ninguna
credibilidad.
Que bien se ven los toros, al que le gusten, desde
cualquier barrera ( o sofá)
A veces lanzamos preguntas sin querer escuchar la
respuesta. Opinamos sin querer saber la opinión de la persona que tenemos
delante. Decimos verdades a medias que se convierten en mentiras. Potenciamos
la discusión, el desplante, el mal rollo. Con la vista aún en el ordenador.
¿Encontramos de verdad algún beneficio en eso? Ya no miramos por lo mucho o
poco que pueda doler al que lee, al que oye, al que recibe o al que le cuentan.
Obtenemos un cero en empatía. La hemos dejado morir.
Siempre he encontrado argumentos para mantener la
esperanza, el optimismo y la verdad es que últimamente cada vez se me hace una
tarea más difícil.
No hace mucho comentaba a gente de mi confianza que
me siento amordazada. Con muchas cosas que decir pero sin saber como decirlas.
Que irónico, ¿verdad? Defendemos una libertad que luego no facilitamos a los demás, por los motivos que
sean y por los más variopintos que
podamos imaginar.
Pues así me siento, coartada en mi libertad de
expresión. Sin saber como decir las cosas. Mordiéndome la lengua para no
molestar a los que me molestan. Una nueva ironia.
Y esto me esta llevando a un estado de
introversión que no me gusta nada. A pensar que no sirve de nada hablar.
También hace pocos días alguien de quien estoy aprendiendo cosas interesantes
dijo que quien calla, a menudo no otorga, simplemente calla. Y eso es lo que
estoy haciendo. Simplemente callar.
Pero algo en mi se resiste y no estoy dispuesta a
que la situación general me arrastre. Por eso anhelo los días de vacaciones que
están a punto de llegar y los he cargado de actividades, de páginas de lectura,
de planes y sobretodo de ganas e ilusión, mucha ilusión. Quiero devolver a los
míos ese tiempo robado del día a día y pagarles con risas mis silencios y mi
mal humor porque mi alegría es su alegría. Espero que todo ello sirva para
devolverme a mi estado natural, aceptando el hecho de que mi actitud sólo es un
tanto por ciento de la circunstancia diaria y que el resto depende de las
personas que ocupan mi espacio. Pero me he de acostumbrar a vivir con ese
porcentaje.
Seguro que las vacaciones me ayudan a descargar
esta mochila que cada vez se me hace más pesada.
Seguro que desde la distancia soy capaz de
encontrar el remedio y volver con esa mochila vacia, es más, volver sin mochila
que pueda llenarse.
Eso es lo que voy a hacer.
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