Ayer sábado tuve el placer de visitar la maternitat d’Elna en una excursión organizada por el Ayuntamiento de la Llagosta, repito el Ayuntamiento que somos todos, y no por el PSC, aunque en ocasiones alguien tratara de confundir a los asistentes, con agradecimientos y disfrazándolo de viaje institucional con discursos incluidos. Pero no quiero que este capítulo pueda camuflar los verdaderos sentimientos que quiero trasladar en este escrito.
Después de leer el libro del mismo título, del que ya he hablado en anteriores escritos de mi blog y del que recomiendo enardecidamente su lectura para todos aquellos que sientan inquietudes por nuestra historia, diferentes han sido las emociones que me han asaltado durante la visita.
Nada más traspasar la verja de hierro, se me ha puesto la carne de gallina al pensar en la sensación que debieron experimentar aquellas pobres mujeres exiliadas de la guerra civil española y que al huir a Francia fueron confinadas en un campo de concentración habilitado sobre la arena de la playa de Argeles, cuando se vieron frente a un majestuoso palacete que se iba a convertir en su refugio por unos meses, los más importante de su vida, ya que todas eran llevadas allí desde el campo de refugiados para dar a luz a sus hijos.
En uno de los balcones de la fachada, aún se ve ondear la bandera de la cruz roja que en aquellos días representaba para los habitantes del lugar su salvoconducto frente a los franquistas primero y frente a los nazis después.
Dentro de la casa, las paredes están cubiertas por fotos auténticas que te recuerdan como era la vida entonces y lo que es más importante, ponen rostro a todos las mujeres que por allí pasaron.
Al subir las escaleras hacia los pisos superiores un nudo se te va formando en el estómago de ver todas las imágenes colgadas en las paredes. La mayoría con nombres y apellidos. Los dibujos y dedicatorias hechas por los niños y escritas con impecable letra infantil. Sobrecoge la leyenda de una fotografía de un bebe en brazos de su madre que reza:”sin fuerzas ni siquiera para llorar”.
La prueba de fuego es ir entrando en las habitaciones, todas con su nombres en la puerta, acompañados de una breve descripción de lo que allí dentro se vivía. Así, pasas por la habitación de las cunas, donde se pueden ver tres cunas hechas con maderas, la habitación de descanso de las madres que acababan de dar a luz, el paritorio, la habitación de los bebes. En este punto ya soy incapaz de leer las leyendas de las fotografías por que las lágrimas me nublan la visión. De golpe siento una necesidad acuciante de salir corriendo de allí y gritar, gritar bien fuerte por las injusticias de la vida.
Ahora mientras escribo esto, siento impotencia de que toda la historia pasada no nos sirva de nada, de que no seamos capaces de aprender y valorar la lucha de los que tanto perdieron en nombre de la libertad. Hasta el año 1997 este edificio ha estado en ruinas, completamente abandonado. Ahora que tanto se habla de memoria histórica, los españoles no deberíamos permitir que algo que fue refugio de nuestras madres se caiga derruido por el olvido. En estos momentos el edificio ha pasado a ser propiedad del ayuntamiento de Elna y se están realizando obras de rehabilitación.
No quiero acabar el escrito sin nombras a la mujer que se jugó su propia vida por salvar la de tantas personas anónimas para ella. Elisabeth Eidenbenz, una mujer que con su trabajo, su inmensa generosidad y su cariño se ha ganado a pulso el poner su nombre en un lugar de honor en la historia de España. Esperemos que algún día le sepamos devolver todo lo que ella representó para nosotros.Dejo aquí la dedicatoria que he escrito en el álbum de visitas de la maternitat: “Para que esta historia no caiga nunca en el olvido, será la única manera de que no volvamos a cometer los mismos errores. Marta. La Llagosta, 28 de marzo de 2009.”