El último día de 2018 ha empezado
como lo viene haciendo desde hace unos años y como quiero que empiecen el resto
de días de mi vida, al lado de la persona que amo. Ha continuado con un agradable
y deseado almuerzo en compañía de una de las pocas personas a las que puedo
llamar amiga, con todas las consecuencias de la palabra.
Pero antes de salir de casa, me
he asegurado de abrir bien todas las ventanas para que el 2018, en su salida,
no encuentre ningún obstáculo.
Ha sido el año que nos ha
enseñado que en un instante la vida te puede cambiar sin previo aviso. Que en
un momento estás preparando las maletas y cuando sales por la puerta es para ir
a urgencias. Que somos vulnerables y que no debemos olvidar la lección. Con eso
y con los nervios, el miedo y la incertidumbre de no saber, por unos instantes,
que iba a suceder ha sido suficiente.
Ha sido el año en el que no
entiendo lo que está pasando a nivel social. Nos hemos vuelto inmunes al dolor
ajeno e insensibles a imágenes terribles. El año en que Europa permite que en
nuestras puertas sigan muriendo personas que huyen de la barbarie de sus países
de origen. En el que los gobiernos niegan la entrada en sus fronteras a esas
mismas personas y nada les impide hacerlo. En el que la clase política, que es la que debería poner orden
y legislar se dedica a crispar y a dividir a la sociedad con mentiras y
manipulaciones mediante discursos demagógicos que tienen fácil permeabilidad
cuando las carencias son generales.
Ha sido el año en el que hemos
visto algunas decisiones judiciales en
materia de igualdad que deberían haber hecho que las calles se hundieran, pero
nos hemos conformado con guardar minutos de silencio y desgraciadamente han
sido muchos más de los que debieran. Silencio. Silencio cuando lo que se
debería es gritar que ya está bien. Hacer sentir el miedo a los que lo causan, unirnos todos y decirles que ya está bien, que no vamos a consentir ni una
más.
Ha sido el año en el que tampoco
hemos visto dar un golpe en la mesa a nivel medioambiental. Seguimos
contaminando y destrozando el planeta como si tuviéramos otro de recambio. Vivimos en el país del sol y de las energías renovables pero las eléctricas siguen
dirigiendo la orquesta y calentar la casa en los días de frío se ha
convertido en un lujo no accesible a todo el mundo. En el que se sigue permitiendo
la tortura animal bajo la excusa de la fiesta o de la tradición e incluso el deporte.
Para mí un signo de no evolución.
Para concluir, aunque a nivel
personal, no tengo derecho a quejarme, no es justo por aquellos que tienen
situaciones dramáticas de verdad, con más o menos dificultades, con mejores o
peores momentos, con más o menos, solo espero que el 2019 sea el año del cambio
social en positivo. Adiós 2018. Hola 2019.
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