lunes, 13 de abril de 2020

ESTADO DE ALARMA 3

Lunes 13 de abril. Lunes de Pascua. 1 mes. O lo que es lo mismo, 30 días ya desde que pusimos el candado y nos confinamos en casa. Durante este tiempo ha pasado la Semana Santa. Unos días que, seguramente la mayoría, habíamos imaginado de otra manera, pero es lo que nos ha tocado.
Miro por la ventana y me sorprenden las ganas locas que siento de salir a dar simplemente la vuelta a la manzana. Nada más. Solo eso. Tan cerca y tan lejos.
Hay otras muchas cosas que echo de menos. Cosas simples. Entre otras:
  •         Abrazar muy fuerte a la gente que quiero. Volver a mirarnos a los ojos, sin pantallas de por medio. A escucharnos la voz en directo. A sentirnos. A hacer alguna cerveza o algún vinito (yo, refresco pero alguna cerveza caerá, solo para desquitarme).
  •           Pasear, pasear y pasear. Añoro los paseos por mi Tarragona querida. Los caminos de ronda, tocar ferro, los paseos marítimos, los caminos entre los pinos,…
  •           Los desayunos de los sábados por la mañana en la Riera de Gaià. ¡Nunca pensé que echaría tanto de menos los gritos de la Fernananda!
  •        Los “venga vaaaa” a mis alumnos cuando no tienen ganas de hacer nada. Las risas de los más pequeños, sus ensayos de Tik Tok, sus preguntas espontáneas, las preocupaciones de los más mayores, las dudas sobre su futuro…
  •        Los partidos del Nàstic. Compartir risas, gritos y aplausos con mis amigos de Bonavista y vecinos del campo. Ay Geles, que largo se nos está haciendo!! Volveremos a brindar con esos refrescos de primeras marcas que solemos llevar.
  •      Tener la libertad para decidir cuando quiero salir y adonde quiero ir.
Echo de menos cosas que formaban parte de mí día a día y que por tenerlas no valoraba lo importantes que son. Que cierto es aquello de que sólo hay que perder algo que tienes para aprender a apreciarlo. Y vaya si lo he hecho. Hace unos años en mi primer viaje a los campamentos de refugiados saharauis, mi vida, o mejor dicho, mi forma de ver la vida y entenderla, tuvo un punto de inflexión. Estoy segura, porque así lo siento, que esta experiencia me va a servir para dar una vuelta de tuerca más. Se acabó el posponer cafés para cuando tengamos un momento. Se acabó dejar para otro día compartir espacios y momentos que suponen perder oportunidades para enriquecer el alma y la mente. Se acabó el dar valor a lo que no lo tiene.
De momento aún hoy, cada día en el mismo espacio, pero cada día diferente. No me he marcado una rutina, ¿para qué? Creo que el ir viviendo cada día según venga le pone un poco más de emoción (por decirlo de alguna manera). Bastante incertidumbre hay ya en general. Bastantes palos a las ruedas te pone la realidad. Esa realidad que nos dibujan a los que hemos dado la autoridad para decidir por nosotros. Muchos colores en sus discursos y comparecencias, pero que se traducen al blanco y negro en la realidad. Sigo decepcionada. Hace días dejé de preocuparme por lo que vendrá. No del todo, pero ya no lo pienso a todas horas. Por salud mental. La incertidumbre es la mejor aliada del miedo y no quiero sentirlo más de lo que ya lo siento. No sé hasta cuanto más se puede alargar esta situación. Tampoco lo quiero pensar para no crearme falsas expectativas. Hasta que nos digan. Mientras, siempre nos quedará soñar…y a disfrutar de los 13, que al final siempre es el que nos da motivos de celebración. Pasado mañana tengo que volver a salir a comprar. Quien me diría que algo tan trivial se convertiría en el momento más raro de cada dos semanas. Raro comprar. Algún día alguien nos tendrá que explicar cómo hemos llegado a esto...

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