PROFESIONALES Y PROFESIONALES

Siempre he pensado que la profesión de médico es una de las más complicadas en todos los aspectos, incluso en el aspecto ético.
¿Cómo actuaríamos si tuviéramos en nuestra mano el salvar la vida de alguien que sabemos es un asesino, por ejemplo?
Lo que está claro es que para ejercer cualquier trabajo hay que ser profesional, incluido en la política. Voy a poner dos ejemplos políticos de lo que significa anteponer intereses personales al deber adquirido mediante un juramento.
El primero de ellos es el del alcalde de un pueblecito de Tarragona. En este pueblo se da la circunstancia de que vive el presidente de una ONG que realiza una labor encomiable ante las catástrofes naturales de todo el mundo. Cuando ocurre por ejemplo un terremoto, en cualquier parte del planeta, él y su equipo son de los primeros en llegar al rescate, dejando trabajo, familia y otras obligaciones.
Con esta labor humanitaria se han ganado el respeto y la admiración de muchas personas, sobretodo de aquellas a las que han salvado la vida y de aquellas otras que agradecemos el haber tenido la suerte de conocerlos lo que nos permite seguir teniendo fe en la especie humana.
También, porque no decirlo, su trabajo ha servido para llevar el nombre del pueblo por donde quiera que hayan ido, saliendo en portadas de los periódicos de todo el mundo y ganando popularidad dentro de la comarca. El nombre de un pequeño pueblo está adquiriendo dimensiones internacionales.
¿Cómo les ha compensado el alcalde del pueblo esta publicidad y premiado su buen trabajo? Pues retirándoles la subvención, debería decir la escasa subvención, que les daba. ¿El motivo? Porque hace cosa de un año, el presidente de la ONG a título PERSONAL, junto con un grupo muy numeroso de vecinos, manifestó al alcalde su descontento por cómo estaba llevando el tema de unas obras en unas calles.
Este politicucho del tres al cuarto, no ha sabido separar lo que es la queja de una persona individual de lo que es el presidente de una ONG. Con su pataleta de dictador no se da cuenta de que está perjudicando a todas aquellas miles de personas que en el mundo necesitan de esa asistencia.
A mí, se me cae el alma a los pies, cuando mientras me lo explica, le veo en su cara la derrota ante la impotencia del no poder hacer nada frente a la injusticia cometida. Mientras, no se cansa de explicar lo duro y difícil que es conseguir cualquier tipo de ayuda. Le noto cansado de pelear, de justificarse. Lo que no han podido destruir los peores terremotos de los últimos años, el último el de Haití, lo está destruyendo alguien que no le llega ni a la suela de los zapatos. Por eso desde estas líneas le animo a seguir en la lucha que de verdad vale la pena, en la de los valores humanos.
El segundo ejemplo es el de nuestro presidente Rodríguez ante la visita del Papa. Si de mí dependiera, mañana mismo despediría a sus encargados de protocolo, porque visto lo visto no tienen ni idea de lo que eso significa. Mantenía la esperanza de que después del desplante que realizó a la bandera de los EEUU durante el desfile militar, y por el que hemos estado pagando, hubiera aprendido algo, pero está claro que no sólo no le quedó un ápice de remordimiento sino que vuelve a hacer algo parecido. Muy conveniente este viaje “sorpresa” a los soldados españoles en Afganistán. No había más días en el año.
Fuera del contexto religioso el Papa es un jefe de estado y como tal debe ser recibido.
Parece que al presidente Rodríguez le sale la vena religiosa en función del momento. No hay que olvidar que recientemente participó en EEUU en el Desayuno religioso con Obama donde incluso llegó a leer un pasaje de la Biblia, un capítulo del Deuteronomio. Entonces, ¿en qué quedamos? ¿Dentro de España, no y fuera sí? Ese falso progresismo es vergonzoso.
De un presidente de gobierno se espera que sepa, cuando menos, comportarse. Este ya ha demostrado sobradamente que hay situaciones que le superan. Espero que no le queden muchas más para avergonzarnos.
Debería aprender, por ejemplo, de la coherencia demostrada, una vez más, por el nuevo vicepresidente del Ejecutivo, Pérez Rubalcaba, cuando ayer reivindicaba públicamente su primer apellido. ¿Hará lo mismo él con el Rodríguez y a partir de ahora podremos llamarle por su verdadero nombre sin ser mal mirados?
El problema empieza cuando un jefe de estado se convierte en un producto de Marketing y hasta le ponemos logo. Estaría bien que alguien le recordara que su profesión no es la de publicista ni la de vender ninguna marca, sino la de representar a un país, y además hacerlo bien y con educación.